y dorada arena que bañaba
un mar de espuma blanca
encontré una bata de cola
que se movía al ritmo de las olas.
El ritmo de las olas
era constante y la bata,
salpicando finas gotas,
marcaba, uno tras otro,
todos los bailes flamencos.
Alegrías, sevillanas,
fandangos, siguiriyas
y muchos otros bailes
fui contemplando mientras
me iba mojando los pies
y me llenaba de mar.
El sol acabó hundiéndose
en el mar y la bata de cola
se fue alejando hacia el pueblo
blanco, que encendía sus farolas,
con un cante en sus labios.
El pueblo, silencioso,
se disponía a vivir una noche más.
Nada alteraba la paz,
ni la quietud,
de sus calles irregulares.
Sólo unos pasos, a lo lejos,
se perdían en la noche.
Perdí la bata de cola
al doblar una esquina.
Debió entrar en algún portal.
Sólo me quedaba seguir mi camino.
La luna, en un cielo lleno
de estrellas, sonreía.
Era dueña y señora de la noche.
Del libro Enredado en cantes de JOSÉ LUIS RUBIO
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