sábado, 6 de julio de 2013

LOS RINCONES ONÍRICOS DE LA MEMORIA

Los rincones. El lugar donde refugiarse. Misterios de niños. En la primera casa donde viví recuerdo la azotea. Era una casa de vecinos, y yo vivía en el ático, al que se llegaba por una desvencijada y estrella escalera. Frente al mismo se encontraba la azotea; cubierta, con sus lavaderos y su aseo (nuestro piso era tan pequeño que no tenía uno propio). Recuerdo a mi madre lavando la ropa en la terraza mientras yo jugaba con soldaditos de plástico (no muchos, no había para más) en una esquina de mi territorio urbano.

Era mi país, el lugar del que yo era dueño. Nadie subía nunca por aquellas desvencijadas escaleras que iban hasta el ático y la azotea, salvo mis padres y yo mismo. En los lavaderos jugaba a aventuras submarinas. Algunas veces, valiente y despreocupado hasta la extenuación, subía por la pequeña pendiente del tejado del edificio y lograba asomarme por la cornisa, atisbando la calle, tres pisos más abajo.

Lugares de recuerdos. No tenía muchos juguetes: custodiaba como si fuese oro aquel pequeño submarino de plástico barato y unos vaqueros e indios, con los que desarrollaba mil y una historias. Era mi país esa azotea mágica, y sus fronteras –aquella escalera desvencijada, aquél tejado en pendiente y la cornisa que daba al mundo exterior- me protegían y resguardaban ese paraíso que sentía mío.

Hace apenas diez años, una constructora derribó el edificio totalmente y levantó uno nuevo en su lugar. El edén, o su recuerdo, desaparecieron para siempre en el universo físico de las cosas, pero no en el onírico de la memoria.

Francisco J. Segovia -Granada-

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