Y todo así, desleído vano, y olvidado en él,
interrumpiendo soledades en la sombra
me voy fugando al corazón en lirio suyo.
Lo brumoso en los vagos cristales de la noche,
despierta primaveras doloridas,
y un oculto pizarrón tiende a mancharse de alegría.
Tiempo de alabanzas en siestas de ratona,
tiempo de aldabas corridas y azúcar quemada,
rayuela en el sueño y mimbres por el aire
con cuadernos manchados de naranja
y un techo abierto lastimado de cielos.
Hoy, puertas de la sombra, baldío de los sueños
se hace guitarra mi sangre si la nombro.
Tenía un guardapolvo en todo el pecho
y un moño que decía su nombre a las palomas.
Tenía una sola manera de reír enamorando
y era partiendo su beso en la manzana.
A veces me siento a descansar silencios
y el niño se me alarga hasta los labios
pidiéndome azules heroísmos no cumplidos,
rozándome las barbas con menta y con albahaca.
A veces un griterío de colores
me tienden a secar en la distante pradería,
rayándome de pinos, doliéndome las astillas,
como si de golpe me acosara
un potro flamante la cintura.
El está, está muerto pero vuelve en cada luna;
se me ha ido quedando en la memoria
para medir el hambre que yo le prometiera,
largo y ancho de conquistas, fuerte y alegre,
con un itinerario enamorado.
Pero, sólo encuentra un alto silencio de llovizna
que amanece en los pájaros del miedo,
sobre un solemne corazón caído.
José Adolfo Gaillardou -Argentina-
Publicado en la 2ª Antología de poetas argentinos
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