Aunque divididos en cien capillas, todos los trabajadores han conmemorado por separado el día de los mártires de Chicago. Tampoco pudieron los elementos revolucionarios del país celebrar en un solo mitin este 1° de mayo de 1921.
Esto demuestra una de dos cosas: o que es más grande nuestro amor por los muertos que por los vivos, o nuestro mentido amor por los difuntos no es más que la máscara con que disfrazamos nuestro desamor por la humanidad doliente que nos rodea.
No debemos profesar el culto a los muertos, aun cuando se trate de los seres más caros a nuestro corazón o más gloriosos para la causa.
¿Cómo poner nuestro amor en los muertos, en estos momentos en que es tan grande, tan trágico, tan heroico, tan soberbiamente emotivo el drama universal de nuestro siglo, de este siglo nuestro, en el que nosotros hemos tenido la suerte de nacer, y desde cuyo umbral nos es dado contemplar el maravilloso advenimiento del futuro?
Tengamos en buenhora nuestro calendario rojo, aunque diariamente se agranda la constelación de nuestros héroes al extenderse por todo el mundo nuestra inmensa tragedia social. Pero no imitemos las prácticas supersticiosas de la burguesía. Que nuestra filosofía sea diametralmente opuesta a la de aquélla. Que cuando nos congreguemos para recordarlos, sólo sea para recoger su bandera y avanzar con ella más lejos de donde la recogimos.
Seamos poetas de la vida siempre, aun frente a la muerte. Los muertos no existen, y mal podemos perder tiempo en reverenciar sus cenizas. Acordémonos de los vivos; ellos han menester de nuestro amor, de nuestra ayuda, de nuestra solidaridad, a todas horas del día. Sólo la humanidad viviente que nos rodea, que sufre, lucha, ama, y bebe en la fuente común del ideal para colmar su insaciable sed de amor y de justicia, merece absorber todas las potencias emocionales de nuestro corazón.
Soy también enemigo del falso sentimentalismo revolucionario a estilo de esas mujeres que lloran en el cine y son panteras en sus casas. Amemos a los héroes del espíritu en vida, pero no esperemos a que se mueran para deificarlos. Me duele que, hasta para los anarquistas, los difuntos tengan más prestigio que los vivos. Reaccionemos contra ese resabio de superstición de fe en los muertos, que nos hace todavía tan tradicionalistas como los patriotas o los católicos.
También entre nosotros el mandato de los muertos está siendo funesto a la causa de la revolución. Hay anarquistas conservadores que están, como los espiritistas, con el oído alerta a los oráculos de ultratumba, y con los ojos y el corazón cerrados al palpitante y tragediante drama humano de la realidad. Para estos camaradas, los muertos mandan: la palabra de aquellos es el catecismo absoluto del ideal.
Ellos no pueden concebir que, si Marx o Bakunin hablaron hace más de medio siglo así como hablaron, podrían hablar ahora de otro modo.
Y he aquí dos muertos gloriosos que, habiendo echado en común los cimientos del nuevo orden; que, habiendo sido los precursores, los abuelos de la Revolución, están haciendo pelear, por causa de sus discípulos idólatras (la peor clase de discípulos), a los hombres de esta generación, que tienen por delante la lección objetiva de la historia en la actual Revolución Rusa.
Publicado en el blog nemesior.canales
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