No me di cuenta de ello hasta horas más tardes, cuando surgió la niebla del alba.
Una gran pantalla luminosa lo cubre todo; tras ella, las montañas se divisaban con nieve, avisándome del invierno. Tras ella, las luces del tren dibujan círculos, haciendo de la niebla una obra de arte traslucida, resbalaban sobre ella como en el hielo siluetas, como en un cristal.
Ante la vega, la magia de la mañana comenzó bajo cero. De pronto un avión irrumpió en aquella enorme pantalla, en las alturas, formando parte del espectáculo matinal, ya todo es de mi memoria. Casi todas las mañanas aparecen del mismo modo; otras de blanco opal. La escarcha queda en el suelo bajo un sol que no da para derretirla de golpe, pero que se funde inexorablemente, formando parte del maravilloso espectáculo.
Después las horas, los días, llenos de silencios absolutos, como en un monasterio, como en una abadía…
Me quedé aquí pensando que podría soportarlo, que las montañas, el valle, el río; que este lugar para pensar me daría el mismo silencio al que ya estoy habituado, pero no, es otro el que encontré, que siendo nuevo, es silencio y, siempre es bueno de alguna forma.
Son momentos íntimos, donde nada ni nadie puede entrar. Es un lugar en el que los pensamientos se unen al silencio más absoluto, es más, el silencio deja de existir. Las voces del pasado vuelven y suenan como antaño; pero son los pensamientos los que toman el mando, los que dirigen la atención, los que hacen que todo fluya de una forma sencilla, y que la verdad, no es fácil. El paisaje se mimetiza junto con el alma, y el alma al silencio místico del paisaje, del lugar.
La pantalla lumínica del alba avanza, se acerca y llama a la puerta pidiendo entrar, invitándome a su compañía; la acepto y después continuamos juntos el resto del camino, hacia la montaña. Veo casas a lo lejos, cabañas, secaderos de tabaco; algunas para pensar, como esta, otras para el trabajo diario de campo, de la labranza, de las huertas que aún perduran en algunos lugares de la zona de la vega, haciendo que el frío parezca menos frío.
Ahí fuera, las manos dejan de tener sensibilidad, los dientes se funden unos con otros, se pegan… los pensamientos solo se fijan en su destino. Algunos labriegos van a caballo, o mula, ―otros en bici, algunos a pie―; la escarcha hace el restos, creando todos ellos sinfonías con el medio, el silencio ya no lo es, las horas parecen otras y el día torna a formar parte de mi interior, todo queda grabado, transformándose después en palabras, después en historia para poderla desmenuzar en otros momentos. El aroma a café, y después el pan tostado que lo sobrepasa me avisan de que debo despabilar, que debo continuar con el día. Porque todo lo demás es una nevera que hay que calentar…
Buenos días.
Juan Manuel Álvarez
Publicado en la revista LetrasTRL 55
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