jueves, 2 de agosto de 2012

PUNTO Y FINAL


Los científicos lo denominaron virus de la vagancia. Comenzó en Occidente y, poco a poco, se extendió a otras regiones. Los infectados perdían las ganas de hacer cosas. Al principio, sólo afectó a los humanos que tenían menos predisposión para el trabajo. Sin embargo, una cepa del germen mutó y terminó por aquejar a todas las personas.
Los síntomas se manifestaban muy deprisa. Los enfermos se volvían unos holgazanes y les daba pereza madrugar, acudir a sus empleos, sacar la basura, echar gasolina o sacar a pasear a sus mascotas. La gente empezó a holgazanear a diario. Horas y horas sin dar un palo al agua. En unas semanas la dejadez se adueñó del planeta: en los zoos los animales murieron de inanición porque nadie les echaba alimento. Las carreteras se poblaron de rastrojos, árboles y maleza. La basura se adueñó de las calles.
Los gobernantes haraganeaban sin tomar decisiones. Quienes se mostraban ociosos eran fusilados. A las personas que fallecían no se las daba sepultura. El hedor a putrefacción se volvió insoportable. Las ratas merodeaban por todos los rincones de las casas. La peste flotaba en el aire. Cuando se terminaron las provisiones de los supermercados, las personas únicamente querían permanecer tumbadas en la cama. Un día dejaron de: comer, follar, vivir, escri…

Rubén Gozalo (España)
Publicado en la revista Minatura 119

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