miércoles, 4 de julio de 2012
CARMÍN
No se.
Un día me dio por besar
paredes de casas de escritores muertos.
Cernuda, Kafka, Borges,
Hamsum, Bukowski, Bioy.
Las ventanas del fondo,
el patio trasero,
unas persianas rotas,
todo.
Otro día besé reliquias de escritores vivos.
Plumas, pitilleras, gabardinas,
un reloj parado hacía minutos,
sillas de bayón con un joyero encima,
un busto de escayola
representando el pellejo de la prestancia
y la entereza,
una nevera con pegatinas en blanco y negro,
lápices recién afilados,
una levita con un botón dentro.
Más tarde, lápidas usadas.
Luego mujeres sin rostro,
sus perros mugrientos,
sus pecas esculpidas a cincel,
las cuencas de sus ojos,
sus libros descascarillados,
sus autobiografías por escribir,
sus versos de voz aflautada,
sus tuétanos,
sus recónditas miserias,
sus botellas vacías,
la sombra de su resurrección.
Sí.
No se.
Me dio por besar sus noches perdidas,
sus atardeceres de traperos,
sus sonrisas asqueadas,
su sucio dinero.
Escritores vivos y muertos,
vivos o muertos.
Sus mujeres.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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