Esos días de látigos y arpones,
que a golpes dejan el vigor maltrecho
y atraviesan la cámara del pecho;
esos días de sombra y panteones
que apagan nuestras lúcidas visiones
y enarbolan guadañas al acecho;
días de cerraduras en el lecho,
silencios en la calle, decepciones;
más que de oasis, días de guarida,
y que, empeñados en llamarles vida,
no son sino semblante de la muerte;
martillo pertinaz que nos tritura,
sin que haya nadie en esta coyuntura,
si es alucinación, que nos despierte.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
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