Me has descolgado de la incierta rama
a que tenaz permanecía asido;
primero robustez, luego crujido,
vaivén después, y al fin el panorama
de insostenible fe que se derrama,
sangre sobre la arena, y el sentido,
exhausto, como el alma, y malherido,
sobre el glacial vacío de la cama.
Tu deserción, en parte sorprendente,
y en parte previsible, fue accidente
con su dosis de adverso fatalismo.
Hoy miro atrás y reconozco el yerro
de haberme asido a ti. Desde hoy me aferro
a la rama más sólida, a mí mismo.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
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