Nunca sabrás, amor, que estuviste en Tánger
un amanecer de noviembre, con el aire
límpido del lecho abandonado, te mostré el puerto
llamé a la brisa y grité tu nombre.
Olvidé tu desmemoria y el reflejo abatido
de los hombros inclinados sobre el anzuelo,
quisiera soltar las amarras y es tan solo
un espejismo en la imagen de la ventana.
Recorro los sueños y aprendo en secreto
a sonreír, embaucada por las jóvenes risas
que me revelan las ansias de vivir el ahora.
El horizonte va quemando los rojos
y anaranjados, distiende los azules por encima
de los barcos, transporta la voz
del almuecín convocando a la oración.
Nunca sabrás, amor, que estuviste en Tánger.
María Rosa Jaén. España
Publicado en la revista Oriflama 16
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