Nunca nos queda la mitad de todo
lo que hemos aportado.
Si uno se va, parece que se lleva
todo el calor, la luz, el arrebato,
dejando hielo, sombra, y abandono;
y si no se lo lleva, en el naufragio
lo absorbe el mar, perdiéndose
con idéntico, triste resultado.
Todo parece igual: Ventea, llueve,
a la primera luz cantan los gallos,
se abren las rosas o se caen las hojas,
nieva en las cumbres, se endurece el barro;
se repiten los ciclos de la vida
a toques de bondad, o a machetazos.
Pero será atropello en nuestro entorno,
cicatrices, cerrojos, cenotafios.
El ángel del dolor tiende sus alas
sobre los corazones solitarios,
pero no los consuela, los confunde,
los obliga a brindar con vino amargo
por las aberraciones de la vida,
y el enmudecimiento de los cantos.
Todos hemos perdido algunas veces,
todos hemos sentido nuestras manos
perforadas a golpes de martillo
por los siniestros clavos
del abandono, el fraude, la insolencia,
de falso amante o de fingido hermano.
Y cuando descendemos
por fin de ese calvario,
vemos la brecha abierta en nuestra entraña,
por donde huyeron pétalos y pájaros,
todo cuanto fue bello,
por donde ingresan soledad y llanto.
Queda el recuerdo, es cierto, aunque a menudo
maltrecho, envenenado.
Nunca nos queda la mitad de todo;
si una mitad se va, se lleva tanto…
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDAGLO -Los Angeles-
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