Era torrente en llamas
fluyendo de tu casa hacia la mía,
cuadriga de oro y luz, que no requiere
la mano del auriga,
pues sabe su camino,
como sonámbulo en la noche tibia.
Los corceles del tiempo rebotaban
sus cascos en la tierra, y repetían
rítmicos el sonido cuatro a cuatro,
como de quien se acerca, y se retira.
Ese torrente en llamas, reventando
por tus ventanas, en la lejanía,
desbordando las tapias del camino
en la tarde dormida,
viene hacia mí. No ha habido mensajero
más elocuente o de menor intriga.
Sus mudos gritos saltan, se retuercen,
en espasmos de blandas sacudidas,
traduciendo las tuyas
en voz de fuego y saturnal de ninfas.
Ese río de llamas
no se detiene ante mi puerta, arrima
sus lenguas ondulantes a mi casa,
quiebra ventanas, se me adentra y gira
en torno a mí en anillos dionisíacos,
y me envuelve, me estrecha, me domina.
Es el momento de partir. Me esperas
el alma en brasa, el tacto en acogida
cayendo el albornoz, abierto el lecho,
y toda voluntad, y algo de intriga.
Sigo el camino en llamas
que recorrí otras veces a hurtadillas,
cuando tu casa no era sólo tuya,
pero tus ansias ya eran sólo mías.
Ah, los húmedos besos de tus labios,
la voluptuosidad de tus pupilas,
el abrazo invisible de tu espíritu,
y el arrebatador de tus rodillas.
Llevo alas en los pies, y erguido el sexo;
vete abriendo la puerta, amada mía.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
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