Allá,
en lontananza,
entre un mar de amapolas rojas
y un bodegón de uvas borrosas,
escondido entre dos ciertas macetas,
deslumbran los matices de luz del cuadro
del que sobresalen dos montículos
con forma de huevos fritos.
O de sostén de copas ínfimas y de tirantes verdes.
Son señales que como altozanos,
cortan el cielo azul del mar,
en contraposición del lánguido gris del cielo,
dando densidad a un sinfín de margaritas
monstruosas.
Margaritas atroces
que en el cotejo con el resto de la pintura
en su deforme intensidad,
espejean la vista acosando
como sexos amarillos y hambrientos,
devorando con fauces pajizas,
la distraída mirada del paseante.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ-Mérida-
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