LAS DELICIAS DEL FUTBOL
Por Juan Cervera Sanchís -México-
-¡Penalty! ¡Penalty! Clamaba el narrador. El receptor de radio, a todo volumen, daba la impresión de que iba a explotar. El grupo de amigos que oía la transmisión del juego saltaba por la sala de un lado a otro.
-Destapa otra cerveza, dijo una voz. La voz del locutor continuó dando detalles de las incidencias:
-Fue un claro penalty. El centro delantero del Universitario, Kinino, fue derribado por Pascualón, el defensa central del Deportivo Saeta, en plena área chica cuando ya estaba ante el marco y frente al indefenso Peralta, el portero, que ya no hubiera podido hacer nada ante la inminencia del gol. Justa, muy justa la decisión arbitral. El estadio ahora se concentra, en mitad de un impresionante silencio, a la espera de la ejecución del castigo. El encargado de cumplimentar la falta será precisamente Kinino, el popular ariete del Universitario. De caer el gol puede ser el resultado decisivo y alzarse con la victoria el conjunto local, tan necesitado de ella y evitar así descender a la segunda división. Al fin que sólo faltan quince minutos para el término del partido”.
Era impresionante el silencio en que se había sumido el estadio. Los amigos que oían la transmisión en casa también callaron. Los corazones de los hinchas del Universitario latían agitadamente esperando corear el gol y empezar a saborear las mieles de la victoria. El encuentro había transcurrido hasta el momento bajo el signo del cero-cero y, la igualada, de continuar, era la muerte para el Universitario, pues tendría que abandonar la división de honor.
Peralta, el guardameta, del Deportivo Saeta, agitaba los brazos esperando el disparo de Kinino, quien se santiguaba aguardando nervioso que el árbitro ordenara la ejecución.. Se escuchó el prolongado silbatazo y.... ¡¡¡Increíble!!!. Sí, increíble, el experimentado y veterano Kinino, el centro delantero del Universitario, en cuyos borceguíes todos habían puesto su fe, acababa de lanzar a las nubes la bola.
-¡¡¡No!!! ¡¡¡No!!! – gritaban y lloraban los desesperados seguidores del Universitario. Otros parecían petrificados en las tribunas ante la dimensión de la tragedia. Kinino se golpeaba el torso desesperado. Aquel enorme error podía ser el fin de su equipo. Los fanáticos, que jamás pierden la fe del todo, unieron sus voces para alentar al equipo, al fin que los partidos no terminan hasta que se consumen los noventa minutos y el árbitro señala el final. El juego se reanudó. Era visible el nerviosismo de los jugadores del Universitario y también en la banca, donde el director técnico se mordía las uñas con desesperación y fumaba como loco. El drama avanzaba. No obstante, no faltaban los que creían que el milagro era posible todavía.
Los amigos entrecruzaban miradas de angustia entre sí en mitad de un denso silencio. Con los nervios a punto de desatarse decidieron destapar las deseadas cervezas. Eran cinco. Tres de ellos verdaderos fanáticos del Universitario. Los otros dos se inclinaban por el Deportivo Saeta, aunque este equipo, ganara o perdiera, permanecería en mitad de la tabla. El peligro del descenso recaía sobre el cuadro Universitario. Ya perdieran o empataran todo estaría acabado para ellos. La verdad es que a lo largo del juego se le habían dado toda clase de facilidades y unas tras otras lo universitarios las habían desperdiciado.
Los nervios estaban minando la paciencia de los aficionados que abarrotaban el estadio. Era insoportable que se estuviera jugando tan mal. El cuadro local había hecho una pésima temporada y de ninguna manera merecía permanecer en la división de honor, pero esto no importaba ya. En aquellos momentos lo que contaba era ganar aquel partido y salvarse. Los hinchas aman sus colores irracionalmente y les trae sin cuidado, en la mayoría de los encuentros, que su equipo juegue bien o mal. Si ganan se lo perdonan todo.
Las palmas y los gritos de la afición se escuchaban con fervor religioso en las tribunas tratando de elevar, en aquellos minutos finales, el ánimo de los jugadores universitarios en busca del gol decisivo. Hasta los defensas se unían al ataque, al punto que tenían, como se dice en el argot futbolero, embotellados, al once del Deportivo Saeta. Era de verse, cuando se producía un tiro de esquina, como todo el conjunto del Universitario se lanzaba al ataque invadiendo el área contraria.
“Se produce un nuevo saque de esquina a favor del conjunto local -narraba el locutor con voz emocionada-. Todo el equipo Universitario, con excepción del portero y el defensa central, está metido en el área chica del Deportivo Saeta que, a su vez, se defiende con todo”.
Los amigos oían la narración e ingerían más y más cervezas. Los minutos, inexorables, transcurrían.
-El gol parece la empresa imposible del Universitario –lamentaba el locutor. Los defensores del Deportivo, sacando prácticamente agua, arrojan el balón por la línea de banda. En las tribunas los aficionados locales están a punto de sufrir un infarto colectivo. Por el momento ya uno de ellos va en camilla rumbo a la enfermería. La situación es dramática. Si cayera el anhelado gol todo cambiaría felizmente. La fe permanece en alto. Ojalá seamos testigos de un milagro”.
El locutor, obviamente, se inclinaba por el equipo local. Uno de los amigos, que oía la transmisión se indispuso y fue al baño a vomitar. Otro de ellos le hizo una broma y casi estuvieron a punto de salir a golpes.
Faltaban escasos minutos para que finalizara el partido. Muchos rezaban en los parcos y las tribunas. Algunos hacían promesas a sus santos predilectos:
“Si cae el gol, Virgencita, iré hasta tu santuario de rodillas y te encenderé una gran vela.”
Los habían que lloraban a lágrimas vivas. Otros estaban agresivos en extremo y ansiaban golpear hasta su propia sombra. Seguramente que al termino del partido en tales circunstancias adversas se desatarían impredecibles agresiones y no faltarían los que al llegar a sus casas tendrían problemas con sus esposas. Así es el fútbol. Dentro de su atmósfera todo es posible. Claro es que si caía el gol la alegría los volvería locos y los bares se llenarían a reventar. Aunque si no caía el gol también acabarían llenándose los bares de hinchas en busca de consuelo. Las penas y las alegrías hay que ahogarlas.
“Amigos radioyentes, la tragedia puede explotar y también la dicha, se oyó decir al locutor. Los espectadores miran más en este momento sus relojes, y el reloj del estadio, que el juego , y todos esperan que el árbitro no se adelante un segundo en pitar el final. Faltan exactamente cuatro minutos y veinticinco segundos para que finalice este juego. La falla del penalty, por parte de Kinino, pesa cada vez más en el ánimo de todos. El director técnico del Universitario, ya no puede permanecer sentado en la banca y va de un lado para otro como sonámbulo. En este instante se efectúa un cambio. Sale el veterano Kinino, en mitad de una descomunal rechifla, y entra por él el joven Edgar López, quien se podría convertir en el héroe de esta dramática confrontación futbolera”.
-Ese muchacho es muy bueno – comentó un amigo allá en la sala-. Quiera Dios que se le presente la oportunidad de demostrarlo. Y se abrieron nuevas cervezas. En las tribunas, al saltar el joven López al terreno de juego, se desató una gran ovación. La esperanza reverdecía.
“De nuevo el equipo Universitario –clamaba el locutor- intensifica el ataque en el área del Deportivo Saeta, que se defiende muy bien. Muchos cruzan los dedos en las tribunas. Se va a cobrar un nuevo tiro de esquina y con éste son ya quince a favor del equipo local en esta segunda mitad. El defensa central del equipo visitante despeja de cabeza y el peligro recae ahora en a portería del conjunto local, pues dos delanteros del Deportivo Saeta avanzan hacia la meta del conjunto Universitario, cuya desequilibrada defensa se ve impotente para detenerlos. Siguen, siguen avanzando. Penetran al área chica... Afortunadamente un defensa local logra despojar del esférico a los delanteros atacantes, pero.... ¿qué está pasando? ¡No puede ser! ¡Dios mío! ¡No puede ser!. Increíble. Inenarrable. El defensa del Universitario al tratar de dar el balón a su portero lo punteó con tal fuerza que, señores, señores.... ¡Es autogol” ¡¡¡Autogol!!!”
La locura invadió parcos y tribunas. Se oían gritos furiosos por todas partes:
-¡¡¡¡Vendidos!!!!, fue el clamor general.
Se produjeron más infartos. Los hinchas del Universitario, cegados por la desesperación, se golpeaban entre sí, mientras otros invadían la cancha:
“El público invade el terreno de juego - narraba con voz quebrada el locutor- cuando apenas faltan unos segundos para que finalice el partido. La situación es incontrolable. Esto es una locura. Los aficionados arremeten contra los jugadores universitarios. Todos están contra todos. Hay golpes en la banca del director técnico. El estadio se ha convertido en un mayúsculo nosocomio. La policía carece de capacidad para detener a la turbamulta enfurecida. Algunos policías comienzan también a golpearse entre sí
Lo que estamos viendo no puede ser, pero es. Es. Es. ¿Qué va a pasar aquí? ¿Qué está pasando aquí?”
La voz del locutor dejó de escucharse. Únicamente se oían palabrotas entrecortadas y gritos.
El grupo de amigos que oía la transmisión del juego en la sala escuchó un rasposo ruido, como si alguien pateara el micrófono. Se oyó de nuevo la voz del locutor que se rompió en un grito:
-¡Auxi....!
Contagiados por los sucesos del estadio, los amigos, poseídos por una fuerza infernal, empezaron a golpearse también entre si.
Los cascos de las cervezas volaron por la sala. Uno estalló contra el aparato de radio. Las delicias del fútbol alcanzaron su apoteosis.
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