Rue de l’Avenir
Los imposibles de hoy serán posibles mañana.
– Tsiolkovsky
En la Rue de l'avenir, acera rodante de la Exposición Universal del 1900, aún se palpa la emoción. La mecha se prendió a las doce en punto.
El Kaiser Stolz –proyectil de un único tripulante– ha sido lanzado al modo Barón de Münchhausen, por su trayectoria creo que ya desciende. Propulsándose con hidrógeno líquido, la Первая космическая скорость (Primera Velocidad cósmica) de Tsiolkovsky nos ha dejado atrás, muy atrás, demasiado. Mientras tanto, los norteamericanos dan forma al sueño del visionario Verne. El Columbiad, con sus cuatro tripulantes, aspira a llegar antes que nadie a su destino. Un dragón atravesó el cielo, iluminando su corto recorrido: los chinos, confiados en la pólvora, desplegaron un fugaz cometa de
papel que desapareció junto a fuegos de artificio. Entre mis rivales hubiera preferido encontrarme a la mismísima reina Victoria en la Prince Albert Británica, de Boulton & Watt. Cilíndrico, rodeado de válvulas, diminuto después de desprenderse de los cincuenta metros de tubos con los que condesar el vapor de sus más de cuarenta calderas. La Centella, mi nave, desapercibida en su lanzamiento –con la electricidad acumulada por el Excitador Eléctrico Universal ni fuego, ni humo, ni tan siquiera ruido–, es ahora visible a simple vista, millares de bombillas refulgen incandescentes.
Ya sólo puedo imaginar que en el Gran Salón del Palais D’Autriche los comentarios de los envidiosos han cambiado. −Les courses de ballons a Vincennes, ¡ese si que fue un espectáculo insuperable! Porque el cielo de París ha mutado los coloridos globos aerostáticos por el humo, las luces y el fuego de nuestras naves y cohetes.
Bajo nuestros pies el planeta figura como un pequeño balón de fútbol del que partimos para no volver.
Carmen Rosa Signes U. (España)
Publicado en la revista digital Minatura 116
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