Caravaca de la Cruz.
Nuestros amigos proponían excursiones, sobre todo cuando no era tiempo de
playa. Teníamos un bungalow junto Mil Palmeras (Pilar de la Horadada), último
pueblo de la carretera de Alicante a Cartagena, Kilómetro 43. En Orihuela:
procesiones, Museo de Miguel Hernández; en Cartagena: aparte del famoso
submarino de Isaac Peral, los festejos de Moros y Cristianos.
-¡Caravaca!- Dijeron aquél día Ascen y Blas. Asentimos mi esposo y yo. Como
éramos tres matrimonios nos fuimos en dos coches. La distancia no era
demasiado larga, apenas unos kilómetros, por lo que salimos por la mañana,
después de un hermosísimo amanecer, donde el mar o la montaña ganan
puntos para bien de los ojos, del espíritu, e hicimos el viaje de un tirón. -
Caravaca- pensaba yo mientras nos acercábamos al lugar. El Misterio de la
Cruz era de sobra conocido, pero ¿sentiría algo especial allí, dada mi
propensión, mi sensibilidad en lugares santos y sagrados? No tenía ni idea ni
debía de adelantarme a ningún acontecimiento.
Llegamos a Caravaca de la Cruz, subimos al Castillo sobre un cerro desde
donde se domina toda la ciudad. Allí, Santuario de la Santísima y Vera Cruz,
Alcázar, Capilla de la Cruz, siendo todo el conjunto declarado monumento
histórico nacional desde 1942. El leño de la cruz que se conserva en Caravaca,
-nos explicaron-, es un símbolo cristiano que representa todo el contenido del
mensaje y la persona y acción de Cristo. Recorrimos todas las estancias por
donde se podía o dejaban transitar como turistas. Todo allí era digno de
admiración, tanto Por su belleza como por su valor arquitectónico y espiritual.
Estábamos cumpliendo con el propósito de visitar Caravaca para así aumentar
nuestro conocimiento sobre la comarca Murciana, por otra parte rica en playas,
huertas, fiestas y monumentos como este que nos ocupa.
Una vez dada por concluida la visita al Castillo seguiríamos visitando alguna
ermita del lugar. Más tarde, dimos un paseo por las calles de la ciudad hasta
que decidimos sentarnos en una terraza para tomar algo antes del regreso. Lo
hicimos en un bonito pero sencillo restaurante de la zona muy bien preparado
para el turismo. Productos murcianos: la clásica ensalada de tomate y
aceitunas negras, berenjenas rebozadas, zarangollo…
-¡Y fritada de pescado!- apuntaron los hombres con el talante un poco serio.
-Dejaros de tanta verdura y ensalada, hay que comer con fundamento-.
Sonreímos cómplices las tres mujeres.
El regreso fue rápido y un tanto soñoliento por el calor de la tarde, aunque la
ligera brisa del mediterráneo siempre presente, lo hacía bastante llevadero.
En mi mente guardaba cuanto había visto, si acaso algo decepcionada sin
saber muy bien porqué. No sabría decir qué es lo que esperaba encontrar.
-Bueno chicos, un día más- dijeron nuestros amigos al llegar.
- Y mañana, ¿qué?
- Ya veremos- contestamos, hay que asimilar. Tranquilos, más despacio ¿no os
parece?
- De acuerdo, hasta mañana. Que descanséis.
- Igualmente. Nos vemos.
Ya en casa, quedaba poca tarde. Leímos un rato y apenas teníamos gana de
tomar un bocado para cenar. Optamos por ver algún programa de televisión.
Seguía decepcionada sin saber el motivo, ¿por qué?, me preguntaba sin
encontrar respuesta, todo había sido perfecto, los amigos, un día espléndido,
había visto cosas nuevas, maravillosas y además me habían encantado. Así,
después de ver la película de turno, nos dispusimos para dormir. Sonó la una
de la madrugada en el cuco del salón, mi esposo apagó la luz y justo en ese
instante, una décima de segundo apenas, algo me sobrecogió. De lado a lado
del dormitorio apareció un gran arco iris, uno arriba, otro abajo, formando entre
los dos un grandísimo e indescriptible ojo que cruzaba toda la estancia. Siete
bellísimos colores lo circundaban. Siete bellísimos colores lo confirmaron. En el
centro, un punto negro con grandes destellos. No pude articular palabra. Más
tarde, caí en un sueño profundo hasta la mañana siguiente. ¿Era el ojo de
Dios? Jamás lo olvidaré… Y nunca lo sabremos.
Isabel Díez Serrano. España
Publicado por la revista Oriflama
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