La vendedora de dibujos.
El día era tan gris como la piel de aquella muchacha que me salió al
encuentro en la madrileña Puerta del Sol. Al abordarme hizo ademán de abrir
un carpetón mientras decía: “Estoy enferma. ¿Me compra un dibujo, por favor?”
En su mirada pude leer la desesperación, pero la prisa, o quizás el cansancio
de encontrar continuamente por las calles a pedigüeños de todas las raleas,
me hizo responderle: “Lo siento, no me puedo entretener”. Seguí caminando
por la calle Carretas hasta que la conciencia me obligó a retroceder. Pensé que
podría hacerle un favor a la chica y llevarme un dibujo de mi agrado pero,
cuando deshice el camino andado, ya era tarde. La busqué por la plaza sin
hallar su rastro; el bullicio del lugar parecía haberla hecho desaparecer.
Una semana más tarde visité Toledo con unos amigos. Entre las
muchas maravillas de la ciudad, era obligado contemplar la famosa obra del
Greco “El Entierro del Conde de Orgaz”. Nos colocamos frente al cuadro,
extasiados ante tanta belleza. Recorrí con la mirada cada uno de sus
personajes y, de pronto, mis ojos encontraron un rostro que puso en marcha
la máquina de mis recuerdos. ¡Allí estaba la vendedora de dibujos! Era el ángel
que había a la derecha de la pintura, en su parte superior, esperando junto a
Dios la llegada del alma del difunto. No es posible, me dije; entonces el ángel
me miró, y había tanto dolor en su mirada, que me hizo comprender. Yo no
había sabido superar aquella prueba de mi karma. Perdóname, le rogué, ya sé
que te fallé y no te presté ayuda en el momento oportuno, aunque luego
quisiera enmendar mi error. Quise encontrar una respuesta en su mirada, pero
su rostro ya no estaba en la pintura.
Juan Calderón Matador. España
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