HOMBRE
Hombre que con la ausencia en la mirada
por su vida sin vida se extravía.
Hombre herido de triste extranjería
y extranjero de voz atormentada.
Hombre atado a su carne desolada
y sediento en secreto de ambrosía.
Hombre que vaga a solas cada día
sin encontrar la suerte tan soñada.
Hombre cuya memoria enfebrecida
flota en la soledad del desengaño
con su edén convertido en paramera.
Hombre que da su sangre por perdida
en un planeta inhóspito y extraño
en donde por error de Dios naciera.
CREO
Sigo creyendo en las rosas,
creo y creo en los rosales.
Sigo creyendo y creyendo.
Creo en el agua y creo en el aire.
Creo en la tierra, creo en el sol,
creo en mi madre y en mi padre,
creo en la mujer y en el hombre,
creo en el sudor y en la sangre.
Creo en la risa de los niños,
creo en los jóvenes amantes,
creo en tus ojos y en tus labios,
creo en tu alma y en tu carne.
Creo en la vida y en los sueños,
creo en los jardines colgantes,
creo en la flor de tus caricias
y en tu aroma acariciante.
Creo, porque creo en ti,
en las rosas suspirantes
y, porque creo en ti, creo
en la belleza y el arte.
MI LLAMA
Se va apagando,
mi llama se va apagando,
mi llama, que quiso ser
sol y canto.
Se apaga,
se va apagando,
se va apagando mi llama,
mi llama se va apagando.
¿Se va apagando?
Un soplo de amor de súbito
la transforma en llamarada
y, mi llama,
es un milagro,
un incendio
de luz niña iluminada,
de luz viva
vivamente apasionada.
MATAMOS
Matamos al ruiseñor
y enjaulamos a la alondra.
Vamos de mal en peor,
si ya andábamos errados
ahora se agranda el error.
HOY
Hoy me acuerdo,
y no sé por qué me acuerdo,
pero hoy,
amigos míos ya muertos,
me acuerdo
de los mecheros de yesca
con que encendían sus cigarros
aquellos hombres de tierra,
curtidos por el trabajo,
de mi pueblo.
Me acuerdo,
¡y cómo, amigos, me acuerdo!,
de aquellos toscos mecheros
de yesca.
LUNITA CARAVEO LA DE EL NIÑO JESÚS
José Tlatelpas, que los Dioses indígenas y el Dios criollo, así como el sumo
Dios de todo lo creado, nos lo guarden por muchos años, nació en la endemoniada
y angélica, así como fea y bella a la vez, ex Ciudad de los Palacios, nuestra ciudad de
de México, tan ingrata como acogedora, el año de 1953, por lo que ya presume
arrugas noblemente obtenidas en su frente de poeta y a ratos filósofo y agitador
de duras realidades y acariciadoras fantasías.
José Tlatelpas es un varón de alta, ancha y honda humanidad, engarzada al universo
indígena y al reino mestizo de lo mexicano inevitable, donde se sintetiza, no sin
dolor y esperanzadora alegría, el México esencial.
José Tlatelpas es autor, entre otros originalísimos textos poéticos, de “La Huilotita
Mañanera”, 1979; “Que Viva Miliano Zapatas, Jijos del 7 de Espadas”, 1980, y
“Desde los Siglos del Maíz Rebelde”, 1987.
“Lunita Caraveo, la de El Niño Jesús”, que aquí presentamos, surgió de
su pluma, incendiaria y tierna por igual. el año de 1995.
Se trata de un poema en versos, o coplas, de arte mayor, en el
que el poeta biografía o, mejor dicho, canta y llora la vida de “doña Refugio
Caraveo Aguilar, sus familias y sus tiempos”.
Desde el principio al fin, el poema de José Tlatelpas, nos conmueve y nos
envuelve con su muy peculiar atmósfera, donde se retrata y profundiza, con
vivo y desgarrador aliento, no solamente el alma de una mujer, sino la
realidad de un México donde predominaron los maitines y los salmos junto
con las detonaciones y el olor de la pólvora.
La vida de Lunita Caraveo nos parte el corazón, al mismo tiempo que nos
estremece y enamora, desde sus días de niña, “pequeña, devota y bonita”,
en aquellos inicios del siglo XX, en que el régimen de Don Porfirio Díaz Mori,
entraba en su ocaso y, ella, Refugio, contra su voluntad, era recluida en un
convento y forzada a ser monja.
Tlatelpas, con acento y voluntad intemporal, pues no conocemos, ni sabemos, de
otro poeta, en México, con la valentía suficiente y el recio carácter, del que él
es dueño, capaz de elegir una historia, sin lugar a dudas verdadera, como la de
Lunita Caraveo y contarla en coplas de arte mayor, parangonándose,
estilísticamente hablando, con los poetas castellanos de los siglos XIV y XV,
como fueron Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Ferrán Manuel de Lando,
Micer Francisco Imperial e Iñigo de Mendoza, el célebre Marqués de Santillana.
Justo es reconocer el alarde poético que este canto de José Tlatelpas representa
como rescate de una época entrañable y convulsa, de un México, en donde la
exaltación de los sentimientos y las pasiones, se desbordaron, alcanzando extremos
inconmensurables y, en mitad de todo ello, sublimando la fuerza de la vida,
el poder de la muerte y el milagro del amor, congregados en una mujer, que fue obligada, contra su voluntad, a aceptar la vida conventual,
para ser luego “monja liberta”, después “monja casada” y, posteriormente,
madre.
La dura vida de Refugio Caraveo Aguilar, víctima desde su niñez y juventud, de
las más adversas circunstancias del ciego y duro destino, en Apaseo y Salvatierra,
allá en su natal Guanajuato y, finalmente, en la ciudad de México, donde habitó
en huecos de escaleras y cuartuchos de azoteas, se transmuta en poesía a través
de estos cantos de José Tlatelpas, en los que el poeta la transforma,
por la suprema gracia poética, y la justicia celeste de la inspiración, en ejemplar y luminosa heroína.
Que luz de luz fue para cuantos la conocieron Lunita Caraveo, la de “un pelo
muy negro” engalanando su preciosa espalda, según se trasluce en estas bellas
y sentidas páginas, por momentos piadosas oraciones, cargadas de lirismo y
humanos alientos, radiantes de fe, escritas con devoción por el poeta José
Tlatelpas, por lo que, aún todavía, aquella mujer, alcanza a conmovernos y
a iluminarnos a los sorprendidos lectores de estas coplas de arte mayor, entre los
que yo fervorosamente me encuentro, pues “Lunita Caraveo/ La
de El Niño Jesús” es uno de esos cantos que, una vez escuchado, en este caso
leído, ya nunca jamás hay manera de olvidarlo, pues pasa a ser parte viva,
por sentida, de nuestra más firme y arraigada memoria.
JUAN CERVERA SANCHIS
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