1. El lector puede leer lo que le dé la gana.
2. El lector puede abandonar un libro si lo desea.
3. El lector puede decir lo que piense o sienta del libro que ha leído.
4. El lector puede comprar o adquirir todos los libros que desea leer, aunque no tenga tiempo de leerlos todos.
5. El lector puede no leer los prólogos ni las introducciones, ni siquiera las notas al pie.
6. El lector leerá libros, discos, audios, cine, cómics, folletos y hasta cajas de cereal.
7. El lector puede decidir no opinar sobre un libro que haya leído.
8. El lector puede decidir no leer los libros que están de moda y menos los libros que
los grandes críticos recomienden.
9. El lector es el único que le puede quitar las ínfulas de dios a un escritor.
10. El lector no tiene que sentirse escritor, ni tiene que ser académico. El lector es lector y punto.
Una vez que hemos enumerado cuáles son los derechos como lector, hay que dejar muy claro que: el acto lector es un acto egoísta, es algo que compartimos para nosotros mismos. Tenemos un gran poder, que es la capacidad de poder decodificar los signos escritos que contiene nuestro lenguaje. Hemos aprendido a leer y a escribir; alguien nos ayudó en ese aprendizaje, y deberíamos estar por siempre agradecidos.
Leer es un acto de rebeldía. Leer es un acto de amor. Leer es un acto de libertad total. Nadie debe querer quitarte el derecho de decir lo que piensas acerca de una lectura que has realizado. Vendrán los falsos escritores, los malos escritores, a decirte que No le entendiste, que No tienes las herramientas suficientes para entender sus maravillosas obras. ¡No te arredres! ¡No permitas que nadie quiera limitarte o empequeñecerte con sus inseguridades! Leer, y hablar de lo leído es lo que hace a la humanidad avanzar. Si todos tuviéramos esa oportunidad de educarnos, de decir lo que pensamos de una lectura, de un libro, de una historia, de un poema, de una antología, seríamos un mejor país. Podríamos encarar incluso a los tiranos.
Queremos volvernos un país de lectores, pero enseguida limitamos le lectura del otro: No entendiste. Me tienes ojeriza. Sólo buscas dañarme. “No eres gay no puedes hablar de literatura escrita por gays”. “No vives en Ciudad de México, no puedes entender una obra escrita por un autor de Ciudad de México”. “No eres mujer, no puedes hablar sobre una obra escrita por mujeres”.
El solo hecho de elaborar las anteriores sentencias es ya un equívoco. No podemos ser nosotros, los escritores, los promotores de lectura, los antologadores, quienes decidamos cómo puede hablar el otro, el que nos lee. Pero continuamente lo hacemos. Le exigimos callar.
Si tenemos una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, entonces creemos que ya todo lo hemos logrado, y estamos cubiertos de un material en el que todo aquel que no le guste mi trabajo es porque es un envidioso o peor aún, un mal lector. Así con los ganadores de premios literarios.
No, queridos escritores. El gusto de tres jurados no hace poeta a nadie. El gusto de un Comité que otorga una beca de literatura no hace escritor a nadie. Para ser escritor hay que escribir, y escribir bien. Para hacer antologías hay que documentarse y hacerlo bien. Dejar de poner pretextos. Dejar de acusar las lecturas del otro, y mirar con ojo crítico tu propio trabajo. Y, sobre todo, mejorar cada día. Abandonemos el papel de víctima en el ropero de la antigüedad.
Respetemos los derechos de los lectores. Aceptemos o No Aceptemos su crítica, pero no queramos callarlos. Ni busquemos fantasmas donde no los hay.
Escribir lleva tiempo y es un Oficio loable por el que los escritores merecerían ganar dinero.
Leer también implica tiempo de lectura, tiempo del lector dedicado a una obra. Un lector que trabaja todos los días y devenga un sueldo. Utiliza su dinero para hacerse de una obra, e invierte tiempo en leer dicha obra. No vas a venir tú, escritor, a burlarte de su tiempo y a no respetar las horas que ha invertido. Si la obra (producto mercantil, al fin) no fue de su agrado, el lector tiene derecho a destrozarla. Es muy simple de entender.
Pero en la escritura como en la lectura hace falta algo que se ha perdido: Humilde honestidad.
Adán Echeverría.
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