Como una puñalada, él escuchó las palabras que tanto ansiaba:
«Te amo».
Era la culminación de la espera, la cresta de su ola de amor, el fin del dolor del distanciamiento de esa bella mujer madura que, ¡al fin!, accedía a sus deseos. Con un estremecimiento, se acercó a la divina que lo miraba llena de amor, se envolvió en su aliento de diciembre lleno de estrellas, la abrazó como si el alma fuera a caérsele y, al acariciarla, sintió que la luna derramaba bendiciones de luz y cascadas de aromas de manzanas y hierbabuena. Abrió el alma a los colores de su sonrisa, dudando todavía fuera verdad que esa mujer a la que tanto había esperado se entregaba a él y, temblando, le dijo:
«Si te digo que tu nombre es la parte más importante del día, ¿me besarás?».
Y ella, sacudida por un amor que estaba más allá de los sentidos, con la voz llena de luciérnagas y mariposas, demandó:
«Ven».
Y sintieron el delicioso frío del espasmo…
Victor Diaz Goris
No hay comentarios:
Publicar un comentario