Ella camina por el desierto espigón como si un mirlo lo recorriera, tal es su levedad.
Es joven, no lleva maquillaje ni joyas, viste de negro y sostiene los negros zapatos en una mano. Anda con la lentitud de quien va detrás de un coche fúnebre. No hay tal coche.
Cuando llega a la punta, lanza los zapatos a las olas. Se desnuda y ofrenda al mar la única prenda que la cubre: su vestido. Se acuclilla de frente a la inmensidad, se cubre la cara con las manos. No hay lágrimas al recordarlo a él. Igual llora y no cesa. No cesa, no.
Del libro Bla, bla, bla, bla, bla sobre el amor de FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
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