El fuego no la desborda. Ella lo siente ascender y lo detiene adentro como si el volcán pudiera retener la lava, como si tuviera acaso la posibilidad de castrar la erupción. Él se quema en sus propias llamas. Entonces, cuando percibe que él ha ardido, ella se aparta, y displicente lleva las manos a sus pechos, las baja y desde su centro hace el ademán clásico de echar fuera. ¿Qué arroja? Él, atónito, cree verla: aún mirándola intensamente no la ve.
Del libro Bla, bla, bla, bla, bla sobre el amor de
FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
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