viernes, 17 de abril de 2020

EL TREN DE LAS NUEVE


Aquella mañana cogí el tren de las 9. Llevaba una hora de retraso. Hoy me falló el reloj. Los vagones iban casi vacíos. Me senté junto a la puerta. Enfrente se sentó un invidente. Llevaba cupones en la mano. Le compré tres. Sin mirarlos los guardé en el bolsillo. Seguramente la suerte no me favorecería.
Llegué tarde al trabajo. Mi jefe, aunque era la primera vez, me llamó la atención y me dijo que tenía que retrasar la hora de salida. Así que salí a las 14,30. Tuve que esperar en la estación el cercanía de las 15. Este tren iba también casi vacío.
Frente a mí se sentó un vendedor de lotería al que compré dos décimos. No esperaba que me tocara pero hoy tenía ganas de tentar a la suerte.
Como no me apetecía cocinar entré en un italiano que había cerca de casa. Pedí unos espaguetis a la carbonara y una cerveza. De postre un helado.
Una vez en casa recogí la correspondencia y me senté a ver las noticias del día. No llegué a los deportes.
El resto del día los pasé contestando los mensajes del ordenador.
Al día siguiente puntual me monté en el tren de las 8. En la portada del periódico del día se publicaban que los cupones habían tocado en la ciudad. Los números que compré quedaron en el pantalón del día anterior. Luego los buscaría.
No paré en toda la mañana. A veces ocurría esto. Días sin apenas trabajo y otros con tanto que no teníamos tiempo ni para tomar un café.
Cogí el tren de las 14,30. Al llegar a casa lo primero que hice fue buscar en el pantalón los cupones. Era el número premiado. 25 mil euros por tres eran 75 mil euros. Un aporte económico inesperado que me ayudaría a tapar algunos agujeros.
Dos días después tuve otro golpe de suerte pues los décimos que compré también salieron premiados con el primer premio. En total 120 mil euros. El fallo del reloj aquella mañana me proporcionó 195 mil euros. Con ellos podría pasar unas buenas vacaciones.

JOSÉ LUIS RUBIO

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