sábado, 18 de abril de 2020
EL GUAPO MOREIRA
Miguel Moreira no era un típico citadino, vivió en los arrabales de buenos aires a finés del siglo XVIII y aunque más de uno lo había visto volver borracho del quilombo de los esclavos, nadie le preguntaba nada, porque ademas de guapo y cuchillero, supo ser hombre de confianza de cierto ganadero con estirpe europea que estaba relacionado con Carlos Tejedor, ya saben, Carlos Tejedor Gobernador de Buenos Aires , lo cual lo hacia prácticamente intocable; viajaba seguido a salta, a la feria del Valle de Lerma donde vendía mulas a mansalva para abasteser la demanda de bichos de este tipo que había desde el norte; el lejano Potosí no era tan lejano sobre el lomo de una mula cargada con kilos de plata.
Era una buena vida, pensaba Moreira.
A veces atajaban la caravana algunos Diaguitas, a los gritos exigían animales, armas y mujeres, pero Moreira sabía como tratar a los descendientes de Juan Calchaquí, y normalmente no necesitaba desenfundar el rifle, y en todos los años en que anduvo por aquellos caminos, habrá matado cuatro indios, a lo mucho.
Un día el patrón mandó a Moreira a la ciudad a cobrar una deuda, no había llegado el pago por cierta transacción en el norte. Moreira sabía que en estos casos había que ser duro, llevaba dos revólveres, el confiable rifle y ese cuchillo que usaba tanto para comer como para matar. Llegó a la puerta de calle y la encontró abierta, pateó la puerta cancel y mató al primer sirviente que apareció, el cual alcanzó a hacer una mueca sorprendida antes o mientras la bala le atravesaba la cabeza, era un hombre viejo, apoyado en una muleta, le faltaba la pierna izquierda, hubiera sido suficiente con darle un tiro en la pierna que le quedaba pero Moreira solía matar al primer sirviente que veía para después negociar en términos favorables con el dueño de casa, así que el pobre hombre murió por una cuestión de protocolo . a los gritos pidió hablar con el patrón, salió un señor delgado, con barba descuidada y pelo ondulado y cano, el hombre miró fijamente el cadáver en el suelo, luego miró a Miguel Moreira y le dijo:
- Yo soy Pedro de Alcántara, usted es Miguel Moreira, yo lo conozco.
Moreira respondió secamente:
-Usted conoce de mí que vengo a cobrar una deuda y nada más debe saber.
-Pero, querido joven, yo se más de usted de lo que piensa, usted nació en una estancia de mi propiedad, en Mendoza, una de mis negras lo recibió en sus brazos cuando nació y le dio leche de su pecho. Sus padres eran cuidadores de la estancia. Luego de unos años su madre escapó de la casa, dicen que se fue con un militar o no sé, la cuestión es que a usted se lo llevó con ella... Su padre quedó destrozado, yo lo autoricé a que vaya a buscar a su hijo, pero el siempre fue leal a mí y no quiso dejarme. Además le faltaba una pierna. No hubiera llegado lejos...
José María Cano
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