Región Central de México, 1521
Era de noche. En una barraca construida con ahuizote y pino se encontraba un centenar de mujeres cuidadoras de la Casa de la Diosa Tlazol, recluidas a la fuerza, amedrentadas por hombres grandes de piel blanca, quienes hablaban un lenguaje extraño, imperceptible. Pero no era necesario interpretar palabras. Sus violentos movimientos, el maltrato que les propinaban, su expresión de odio y asco, presentían que su vida tal y como la conocían estaba por colapsar. La incertidumbre y desconcierto que emanaban las indefensas criaturas se mezclaba con la densa bruma que impregnaba el ambiente, eran incapaces de despertar de lo que consideraban un mal sueño.
Cadenas de hierro entrelazadas y enrolladas a gruesas columnas de madera aprisionaban a las mujeres que no intentaban liberarse, era imposible. Había miradas de desasosiego y sus gargantas lanzaban de vez en cuando un leve gemido que acallaban de inmediato ante el temor de sufrir golpizas por las pieles blancas.
En la oscuridad de esa noche donde imperaba la espesa neblina apareció una joven acompañada de un xolotlescuincle,
Pequeña y delgada, ataviada con enagua negra que con múltiples grabados de media luna, con el torso desnudo llevaba lo que parecía un collar de ámbar que al observar a profundidad era una víbora de cascabel que giraba lentamente en su cuello, portaba un huso de algodón sobre su cabeza, los largos y negros cabellos sostenían en la nuca una calavera. Pintada de chapopote su boca y ojos, usaba nariguera semicircular de hueso, sus manos manchadas de sangre y sus brazos tatuados con símbolos sagrados. Caminaba lenta y segura por el poco espacio que dejaban las gentes atrapadas en la barraca, con mirada fría y a la vez con dedicada curiosidad observaba el panorama. El xolotlescuincle seguía sus pasos.
Se detuvo frente a una mujer, la principal cuidadora de su Casa, la cihualtlamazcaque esta levantó la cabeza al sentir una presencia extraña, reconociéndola de inmediato intentó postrarse para venerarla, pero los pesados grilletes sujetando partes de su cuerpo se lo impidieron. Tratando inútilmente de alzar sus manos hacia la figura que tenía enfrente, se limitó a implorar con desesperación.
¡Señora de la noche, de la tierra y de la luna, dadora de vida y muerte, guerrera de todas las batallas, tú que eres dueña de nuestros destinos dulce madre Tlazolteotl! ¡Perdona nuestras deudas y sálvanos de nuestra pesadilla! ¡por favor, ten piedad de tus amadas hijas que seguimos tus pasos por este mundo! ¡ayúdanos!
Quien escuchaba las súplicas contempló con paciencia a la angustiada mujer. Respondiendo con la frialdad que hacía juego con su mirada.
—¡Mi pobre niña! ¡criatura desdichada! ¿no sabes que todo ha terminado para ustedes? ¿acaso no sabes que ni yo, ni tus otras madres podemos ayudarlas? ¡el Universo ha caído, no hay más remedio! La etapa oscura de sus vidas y la de sus crías ha llegado. ¡Vendrán más pieles blancas como estos a dominarles, a humillarles y asesinarlas, tendrán por destino la esclavitud! ¡serán nada! ¡Les impondrán una nueva religión, una donde les obligarán a olvidarnos! ¡religión que exigirá todo de ustedes y nada a cambio, solo la promesa de una extraña y ridícula salvación fuera de este mundo! las llamarán indias, será la palabra más denigrante con qué pudieran nombrarlas, esa palabra será motivo de odio, de desprecio, de deseo de exterminio, y aunque asesinarán a la mayoría, no será a todas, porque las mantendrán esclavas para servir a nuevos amos durante el resto de sus vidas. Las torturarán. Tendrán descendencia forzada con ellos y esta descendencia se avergonzará y se separará de ustedes. Quedarán en completa soledad llenas de pobreza e inmundicia. Entonces tu pueblo se rebelará, pero nada les salvará porqué serán las pieles mestizas su descendencia, quienes les despreciarán y tratarán de extinguirles lentamente. Además de alejarles de sus Madres y Padres, también les despojarán de sus tierras, de su modo de vida ¡serán objeto de burla! No hay nada que pueda hacer mi querida hija, tu gente por largo tiempo serán la muerte en vida, en sus ojos quedará grabado este día y otros más tristes que están por venir.
La cara de la oyente pasó de miedo e incertidumbre a terror puro. Las palabras de la Madre Diosa desencadenaron pánico y sentimiento de abandono ya no solo en ella, también en todas aquellas que compartían su espacio y dolor en ese momento. Emitiendo un leve suspiro atinó a decir.
—¡Nantli Tlazolteótl, eres dadora de muerte, eres dueña de nuestros destinos! ¡si no podemos librarnos de esta maldición entonces llévanos contigo! ¡somos tus hijas! aunque no lo merecemos ¡ayúdanos!
La Diosa Madre observó con detenimiento al centenar de mujeres abarrotadas en ese espacio, volvió la mirada al pequeño acompañante quien permanecía quieto a su lado. Se dirigió a la cautiva diciendo.
— ¡Liberaré su zozobra! Las hijas que siguen mis pasos y que amo, ¡solo a ustedes! ¡Las llevaré conmigo, les recibirá su madre la Señora del Mictlán! ¡Les compensaré por este sufrimiento mi dulce niña!
Sin más aviso, aparecieron numerosas criaturas calvas parecidas al acompañante de la Diosa Madre, todas ellas se colocaron enfrente de cada mujer atrapada en la barraca, sus pequeños hocicos escupieron esferas de piedra verde. Como pudieron, las manos aprisionadas tomaron el pago para entrar a la tierra de la Muerte, sus rostros se transformaron en pasividad y descanso, tenían la anhelada salvación.
En ese instante se escucharon ruidos provenientes del exterior, la zona acceso estaba trabada, los celadores de la barraca se empeñaban en abrirla a patadas, después de insistir por fin volaron las puertas y ante ellos un escenario insólito, pasmados y desorientados contemplaban a cada una las prisioneras que permanecían inmóviles con los ojos abiertos, con semblante tranquilo y con el pecho partido, había un gran hueco donde se supone estaba el corazón. La oscuridad de la noche permanecía, pero la espesa bruma se había disipado.
MÓNICA ROBLES -México-
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