miércoles, 8 de enero de 2020
CICATRICES
Él se ausentó. Antes de alejarse tomó mi mano, colocó un obsequio, un pañuelo blanco, me miró y dijo: Contiene lo más preciado para mí; cuídalo como si fuera él iris de tus ojos, cuídalo de la mano hurtadora, semejante a la hormiga en verano. Fue reflejo de consagración lo que aquella envoltura significaba. Me concentré en guardarlo en el lugar más seguro. Conmigo. Se convirtió en mi primer aliento consciente y mi dulce descanso. Como si la ausencia dijera: Estoy más cerca de lo que imaginas, y el silencio fuera el más sagrado acercamiento de palabras que no se dicen, pero...
Decidí desenvolver el pañuelo blanco y mis ojos se asombraron.
¡Era lo más importante para él! Eran los fragmentos de su corazón, por el cual yo respiraba. Al buscar el mío me di cuenta de que él lo tenía. Se podía ver su lento latido: aún tenía vida. Cada fragmento lo reconstruí. Fue finamente tallado y sólo se podían ver cicatrices.
EVA RODRÍGUEZ -México-
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