Los chorros de los aspersores se persiguen sincrónicos sin llegar nunca a alcanzarse. De vez en cuando, al cruzarse con algún brazo del par vecino, los hilos chocan y las gotas se reparten deliciosamente anárquicas, liberadas de la simetría y la previsibilidad de la programación diaria de los riegos.
A Pupi le da igual, persigue chorros y gotas hasta empaparse, hasta agotarse una y otra vez. De repente, mi niña lo reclama desde la acera:
- ¡¡Pupi, que nos vamos!!
Y Pupi, alhajado de perlas y de arcoíris, agacha las orejas, las levanta y mira alternativamente la danza de los periquitos y la figura menuda de mi niña. Finalmente se sacude resignado, ladra despidiéndose por hoy del agua e inicia la carrera del amor – gachas las orejas, oscilante el rabo – hacia donde ya se pierde ella tras un corro de adelfas.
Juan L. Rincón Ares -Puerto de Santa María-
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