Pupi y Rizos viajan conmigo en el ascensor cuando subo a tender la ropa. En treinta segundos, los que dura el viaje de subida, se produce ante ellos el milagro, la magia de la desaparición del oscuro rellano familiar y, ¡ale hop!, la inexplicable aparición del luminoso descansillo que precede a la azotea del bloque. Con la normalidad de quien ya ha integrado la magia en su rutina, soportan el suave traqueteo sin la menor aprensión y entran o salen sin miedo de la caja voladora. Sólo las puertas mecánicas les hacen dudar a veces por el temor de que les capen el rabo o el hocico si se retrasan. Tienen razón en temer más la violencia que la magia.
Juan L. Rincón Ares -Puerto de Santa María-
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