sábado, 1 de junio de 2019
LA NIÑA Y LA SIRENA
Una niña brincaba de piedra en piedra en la orilla del río Guatapurí, estaba enojada con su madre porque la iba a castigar; ya que no había hecho los mandados que le dijera y se portó grosera con ella.
Cuando la madre trató de castigarla, la muchachita salió corriendo y se fue sola para el río. Ya tenía más de cuatro horas de andar por allí, se sentó a la orilla del río, eran como las cinco de la tarde.
No sabía que hacer.
Miró a su alrededor y se dio cuenta que todos se habían marchado y solamente quedaba ella.
De pronto escuchó una canción; ¡alguien cantaba!
Era una mujer que se estaba bañando, la niña se le quedó mirando, no alcanzaba a descifrar que canción cantaba... ¡pero era hermosísima!
Estaba embelesada viendo aquella mujer metida en el agua, le veía el busto, los brazos y la cabeza adornada por una linda cabellera.
Sin ver a la niña la mujer se dejó arrastrar un poco por la corriente y se fue acercando a la pequeña, había algo de encanto en el ambiente.
La niña oyendo a la mujer cantar aquella melodía angelical; la contemplaba en silencio.
¡De pronto la mujer la vio!
Su canto calló, su mirada con esos ojos esmeraldas recorrieron a la infantil criatura y se quedó quieta en las aguas cristalinas del río Guatapurí.
La mujer le hablo:
- Hola, me llamo Rosario Arciniegas.
¿Qué haces tan tarde por aquí?
- Es que mi mamá me iba a pegar, me le pude escapar y me vine corriendo para acá.
- ¿Porqué te iba a pegar tu mamá?
- Es que no le hice unos mandados y...
La niña cortó sus palabras y abrió los ojos desmesuradamente, la mujer se había sentado en una piedra y de la cintura para abajo era una gran cola de pez.
¡Era una sirena!
- Sabes... -le dijo la sirena a la niña
- una vez yo desobedecí a mi madre y me vine a bañar al río, ¡eso fue un jueves santo!
Desde ese día... Soy lo que soy, no tengo amigos, vivo sola, me escondo de las personas, sólo me acompaña la tristeza.
No quiero que tú; seas como yo.
Tú tienes sueños, juventud, amigos, familia y una madre que te ama.
¡Anda, levántate!
Vete para tu casa y pídele perdón; porque ahora mismo tu madre está llorando por ti.
La niña se levantó, ¡ya era casi de noche!
Miró a la sirena que la contemplaba con una nostalgia en su rostro; quizás aquella niña le recordaba su pasado.
La pequeña corrió a su casa.
¡Si!
Su madre estaba llorando por su culpa, la pequeña la abrazó y llorando también le prometió que nunca más la iba a desobedecer.
Ha pasado bastante tiempo y en las tarde la niña va al río con ganas de volver a ver a la sirena, pero nunca más la ha visto.
A veces allá en la lejanía le parece escuchar su canto.
Enrique Orozco
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