Te espero, renuente
en cada recodo
del acantilado donde
el puente sigue en vaivén.
Te reclamo impasible
en los delirios de medianoche
cuando vacía la segunda vocal
vuelve apagarse doloroso, mortalmente.
Te reclamo ahora
que la distancia
desangra eslabón tras eslabón
las pocas penas que quedan.
Te necesito aún más
en este cautiverio
que desperté cuando partías,
convertido ahora en Gólgota y clavos.
Te llevaré adherido
al más lacerante anochecer
donde sin nadie, trituro
lo que queda del despojo.
Te reclamaré en esta agonía
cuando el río haya apagado su canto
y la lejanía renunciada para siempre;
así, ya polvo palpitante, seguiré esperándote.
Orlando Ordóñez Santos
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