domingo, 3 de marzo de 2019
QUIZÁS MAÑANA
Era de noche. La carretera secundaria estaba mal iluminada, quizás fue por eso o quizás por la excesiva velocidad de aquél auto, pero lo cierto es que el conductor no llegó a ver el camino de tierra que se adentraba en el bosque.
El camino estaba medio sepultado por la vegetación y únicamente era transitable a pié. No tendría más de doscientos metros e iba a parar a una solitaria casa de madera.
A primera vista parecía abandonada, solo la débil luz de una vela a través de una ventana indicaba que allí vivía alguien.
Tres años antes, cuando la compró aquel matrimonio, huyendo de la ciudad para iniciar una nueva vida, el aspecto era muy diferente, pero las cosas, a veces, no son como las esperamos y ella no se adaptó bien al lugar.
“Juan, no sé si me adaptaré”, dijiste cuando la compramos, y lo dijiste cada día durante todo el primer año. “Juan, volvamos a la ciudad; Juan, aquí no puedo vivir; Juan, me ahogo aquí sola; Juan, necesito ver gente; Juan, me deprimo….”, así todo el puñetero año.
Parece mentira como han cambiado las cosas. El primer año me insinuaste varias veces la posibilidad de dejarme, supongo que después de aquella discusión tan fuerte te calmaste, pero me desilusionaste tanto qué, desde entonces, cada día me digo lo mismo: “quizás mañana te deje abandonada”.
Tú ya ni me miras, ni me hablas… Eso me entristece porque, en el fondo, aún te quiero.
“Quizás mañana te deje”, pero no sé si soportaría no verte más, no sé si soportaría no volver a oler tu presencia, quizás mañana te deje…
Diciendo esto, Juan, como cada noche desde hacía dos años, volvió a cerrar el baúl donde había metido el cadáver de su mujer después de degollarla.
Jordi Matamoros Sánchez -Badalona-
Publicado en Suplemento de Realidades y ficciones 81
No hay comentarios:
Publicar un comentario