La belleza que no se etiqueta,
la que no seduce a las bestias,
la que no termina colgando de nuestras ventanas
La belleza que le puedes arrebatar a la muerte,
aunque te cause desdicha o felicidad,
la que puede ser tu ruina o tu fortuna
Las joyas que conservas si le cortas
la cabeza a todo lo que quiera
que pierdas las llaves
La belleza que tonificas venciendo
la tentación de fascinarte con Medusa
y comer de sus siete bodrios
La que prospera con la humildad
y no con lisonjas,
la que se multiplica cuando la regalas
–si la sabes regalar–
¡La belleza del alma!
Les dejo una media catana en cada mano, señores:
Me voy a librar mi propia batalla.
María Montés
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