sábado, 30 de marzo de 2019
EL VALS MALDITO
Noche cerrada, negra como la boca de un lobo.
Víspera del día de difuntos...
Se acercan las 12 de la noche... Todo está en silencio, un silencio sepulcral...
Ella, se levanta de su lecho entre sueños. Vaga sin rumbo fijo, dormida sale de su casa sin que nadie se percate de su partida...
Sólo la guía su alma medio dormida, su corazón y su dolor profundo...
Allí, donde no existe materia ni tiempo, alguien la espera con impaciencia, es su día de fiesta...
De repente se encuentra ante la puerta de la ciudad de los cuerpos quietos y las almas eternas...
Que paz reina en el lugar, que belleza... Está plagado de luces de bellas candelas, resplandece la noche... Ya no es negra, es luminosa como las noches de Luna llena en Primavera.
De pronto... Una música... ¿que es esto? ¿De dónde llega?
Suena un vals maravilloso entre el silencio del hogar de bocas calladas y mentes ciegas...
Le apetece bailar allí mismo, entre la luz ardiente de las velas, el perfume de las flores y esa paz tan penetrántemente intensa...
Así se acerca hacia el espectro que la espera... Y juntos bailan el vals que tanto les llena...
Ella, no ve un esqueleto, solo ese amor que un día tuviera. Da igual cual sea su estado, solo importa que está con ella.
Así quedan los dos unidos por la melodía grandiosa que obró el milagro de poder verse esa noche tan hermosa, donde solo los sentimientos son los que reinan entre las fosas y las rosas.
Mas, de pronto la música calla, se interrumpe de repente... La noche se está acabando, empieza a clarear y se oye el murmullo de las gentes que llegan para visitar a sus queridos parientes...
El vals maravilloso se acabó y él desapareció nuevamente...
Ella, de pronto despertó entre sus sábanas ardientes...
Todo fue un sueño, una quimera...
El vals maldito no existió.
Nadie vuelve de la muerte...
La dama ya se vistió para seguir su presente...
Ese día visitará a sus seres más queridos en el lugar de siempre... Tal vez una rosa amarilla entregué como presente a ese ser maravilloso que se durmió para siempre.
M. Isabel Villalba
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