Nunca perseguí una cometa
un día de fuerte viento.
No conseguía hacerla volar
a pesar de mis esfuerzos.
Sin embargo su cometa,
un dragón rojo de ojos verdes,
subía y subía, hasta sin aire.
Mientras yo pasaba horas
intentándolo, él en unos minutos
colocaba su dragón alto, muy alto.
¿Cómo lo hacía? Nunca lo supe
porque nunca me lo dijo.
Guardó su secreto solo para él.
Un día encontré el dragón
tirado en un contenedor
totalmente destrozado.
Nunca más volvió a volar
y a su dueño nunca más
lo vi por nuestro barrio.
Mis cometas, mariposas azules,
nunca llegaron al cielo.
JOSÉ LUIS RUBIO
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