domingo, 24 de febrero de 2019
LA HABITACIÓN
Brindamos con las miradas tras tanto tiempo ausentes de nosotros. Luego nuestras pupilas terminaron borrachas de la alegría por el reencuentro. Dejamos que la noche fuese noche y la noche nos dejó ser nosotros. Toda la noche y todo nosotros.
Amaneció y el sol porteaba flojito tras las persianas bajadas de la habitación en la que fuimos y ella misma fue y yo mismo fui y donde desnudos y muy juntitos soñábamos por separado. Recién desadormecido la miré un ratillo como se mira con la resaca del reencuentro en los ojos y en las legañas después de bebernos todita la noche, poniendo empeño en apurarnos a cada lingotazo.
En silencio salí de la cama y me puse la ropa. En silencio volví a pintar la mítica caricatura con la que me despido cuando marcho por la puerta de atrás. En silencio me despedí de ella y de la estancia y en silencio la semioscuridad me dijo adiós… Sencillamente adiós, no hasta pronto.
Su olor me expoliaba las entrañas y al llegar a la calle y encender el primer cigarro del día me pregunté si me habría dejado olvidado algo arriba. Pensé que sí. Que allí quedaban las botellas vacías o casi vacías del líquido en que nos bebimos. Supongo que en el supuesto de que quedase algo en ellas, ahora su sabor ya no sería el mismo. Incluso hasta se habría agriado su contenido.
Quizás debí ser educado y aprovechar que bajé para tirar la basura… O quizás la basura salió cuando cerré, con mucho cuidado, la puerta…
Francisco Tomás Barriento Eusebio -Campofrío-
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