domingo, 2 de diciembre de 2018
GENIO Y FIGURA
El tío Antonio vivía en una pequeña aldea de la provincia de Teruel; era conocido por los pocos habitantes del lugar como un hombre hosco, malhumorado, de mal genio y carácter avinagrado; sus vecinos ya lo dejaban por imposible, pasaban olímpicamente de él, pero él en cambio no pasaba de ellos. Tenía que amargar siempre a alguien, y si no le hablaban él provocaba para que lo hicieran y poder enzarzarse con unos y otros.
Solamente Ramón, el más joven del pueblo, le hacía callar cuando con sus ácidos comentarios arremetía contra cualquier ser viviente o animal, ya que nadie se salvaba de su viperina lengua.
-Dígame tío Antonio ¿por qué siempre ese mal genio? -le decía Ramón-. ¿No ve que está más solo que la una? ¿No ve que ese vinagre que destilan sus palabras le está destrozando el hígado?
-En la vida hay que ser duro para que a uno le respeten zagal, ya lo irás aprendiendo con el paso de los años, -respondía el viejo.
El tío Antonio enfermó, estaba solo y asustado pero, ahora no iba a llamar a aquellos a los que tantas veces había ofendido, su dureza y su vinagre no se lo podían permitir.
Sólo Ramón acudió y, al cruzar el umbral de la casa, el viejo desde el lecho le espetó con aquella acritud que le caracterizaba: -¿A qué vienes zagal? ¿A ver como muero? Si de vivo no he necesitado a nadie de muerto menos, así es que ¡arreando!
El tío Antonio murió y sus vecinos, buenos ellos, le hicieron una corona y el municipio le pagó el entierro. En la lápida había un pequeño epitafio que decía:
Aquí yace el tío Antonio
siempre con la cara arisca.
Genio y figura, ya sabes,
te llevas vinagre
a la sepultura.
Carmen Adelantado Castillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario