miércoles, 5 de septiembre de 2018
SU SILENCIOSA MUERTE...
Yo cogía una sonrisa para su pecho endemoniado. Le traía un vaivén de besos y racimos de uvas con sabor a hierba fresca de los campos. Me paraba en su ventana con un verso omnipotente, mientras ella dormía su silenciosa muerte, y yo me hincaba de rodillas, entre tormentas y una cojera de mis ojos, para observarla cómo su respiración entrecortada me daba un tono gris, una respuesta un tanto agria, un minuto descapitalizado, equivalente a su yo agónico, a una furia desatada tras barrotes herrumbrosos, o a una pérfida estocada de quien más sonrisas adelanta para su ya moribundo deterioro.
Por amor clavo en ti mi semilla sesgada, el otoño visceral de mi palabra, cuando crujen mis dientes su sabor a sal, a barro, y a polvo de ciudad extraviada, y nos vamos reservando como dos puñales blandos, para la mortaja ruin que cae sin habernos pronunciado. Porque ya somos del color de los inviernos, y nos hemos hecho presos de la carne, posesos de la tierra advenediza.
Porque tú y yo nos acariciamos por debajo de nuestras ilusiones, con un abrazo torcido, una suerte de besos quebradizos, la sonrisa a media asta...
Germán Rodríguez Aquino
No hay comentarios:
Publicar un comentario