II
La niña en mi ideal de porcelana
se volvió de acritud oscura
durante los años gastados, lentamente,
sin llantos en los rincones,
cuando los murciélagos me miran a los ojos.
No tengo arrepentimiento
por su puesta en escena
en este umbral de la vida,
aunque, imploro perdón
por sus paisajes desolados
y el vacío de las manos.
Desde entonces y desde ahora,
ya los gorriones no me cantan al oído
con su música de inocencia.
Francisco Miguel López Jiménez
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