jueves, 14 de septiembre de 2017
(IN)VERSO
A Luis Claret
I
Siempre tendré cuarenta años,
— perdone el lector
este dato tan anecdótico como irrelevante
para el curso de su quehacer cotidiano—,
entré aquí no sé
qué día de qué semana,
ni bajo qué sonido, ruido, música o vibración
me dejé seducir, llevado por una dulzura áspera,
como la piel de una manzana mordida
prematuramente,
porque venía la noche
y no sabía cómo frenarla con mis propias manos.
Ignoro por qué razón no tengo el tacto suficiente
para salir de estos versos
y tomar la puerta de emergencia que está al final
de su escalera, hasta dejar intacta la sonrisa.
II
Si a ti volviera,
como en otro acto
de contrición,
y se hiciese con este poema un milagro nuevo
para ungirlo como al recién nacido
¿al fin dirías que fuimos felices?
No soy digno de que entres
en la córnea de mi mirada:
aunque ahora me sanases,
y pisaras mi casa como quien pisa una hoja
seca, más tarde volvería
a la blancura de los huesos,
al temblor nimio del aire dentro de un cajón,
como el liquen regresa
a las piedras desenterradas.
La muerte es una curva
entre rectas: te permite volver
en sentido contrario,
cuando la oyes en la voz de otros,
inversamente y en el lugar
que será el de tu propia voz,
pero no dejes tú que estas palabras
lleguen hasta tu boca,
que no te trepen enroscadas.
No las digas tampoco en vano:
a nada que no sepas te conducen.
III
No se puede medir
el vacío, pero tiene su exacta
forma, y la rigidez de una costilla
y el tacto del barro
o el sabor de un fruto con la tersura
estéril de su destino, una vez
pasa por el arco de tu boca.
El vacío es la conca de las manos
que no te acogen.
Del libro (In) verso de SERGIO ARLANDIS -Valencia-
Publicado en Luz Cultural
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