domingo, 17 de septiembre de 2017
EL PERGAMINO
Limpiando el desván, en un viejo arcón, encontró un pergamino. Después de abrirlo, vio que estaba fechado en 1250 y firmado por Fray Bartolomé Ortega de Toledo. Aunque estaba escrito en castellano antiguo lo entendió todo. Era un texto de Aristóteles traducido del árabe. Ignoraba como llegó al desván pero un libro que halló, en el fondo del arcón, narraba su deambular por diferentes lugares.
Una vez terminada la traducción Fray Bartolomé la entregó al obispo Jaime. Aunque su destino era la biblioteca episcopal no llegó a ella porque alguien lo robó del despacho del obispo. Durante años pasó de mano en mano.
En 1640 al hacer el inventario en casa de un adinerado comerciante apareció el manuscrito. Los herederos lo vendieron a un librero que lo guardó entre sus obras más preciadas. Poco antes de su muerte lo cedió a un colega porque sabía que él lo valoraría y conservaría.
En 1860 en un periódico de Madrid apareció la siguiente noticia: En el incendio de la Librería Pegaso los bomberos salvaron un valioso pergamino del siglo XIII. Afortunadamente las llamas no alcanzaron la habitación donde el librero lo guardaba. Para reconstruir la librería tuvo que subastar el pergamino. Fue una puja interesante que alcanzó las diez mil pesetas. El comprador fue un filósofo asturiano estudioso de la obra de Aristóteles. Aunque tal vez el contenido del documento ya estuviese publicado en otros libros para él el valor residía en la antigüedad del mismo. Durante toda la noche estuvo leyendo el texto. Era realmente impresionante. Con el tiempo aquel documento alcanzaría un valor incalculable. La subasta había abierto muchos ojos. Ahora eran muchos los que conocían su existencia.
Dos años después la casa del filósofo asturiano ardió. Su gran biblioteca con importantes volúmenes sobre filosofía desaparecieron entre las llamas. Se creyó que el pergamino aristotélico corrió la misma suerte. El filósofo asturiano siempre pensó que el incendio fue provocado para ocultar el robo del pergamino…
Alguien había arrancado las últimas hojas de libro. Nunca sabría cómo llegó el pergamino al desván. Evidentemente no se quemó en el incendio del siglo XIX.
JOSÉ LUIS RUBIO
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