lunes, 11 de septiembre de 2017

EL LECTOR DE TEBEOS


Aquella mañana de verano colocó, en el patio, los tebeos. Por dos reales los alquilaba. Algunos chicos del barrio se acercaban. Los leían sentados en los escalones. Había uno que venía todas las mañanas. Le gustaba, sobre todos, los de Hazañas Bélicas y El Capitán Trueno.
Era un chaval delgado, inquieto y que tartamudeaba. A veces después de leer se quedaba un rato con ellos. No hablaba mucho pero le gustaba escucharlos. Con las pesetas que sacaban durante la semana iban al cine de verano.
Años más tarde, cuando ya no vivía en la vieja casa, se enteró que el chaval que leía los tebeos en el patio era epiléptico y que en uno de los ataques se tragó la lengua y murió ahogado. Fue toda una sorpresa. ¿Qué hubiera hecho si leyendo los tebeos le hubiera dado un ataque? Nunca lo sabría porque nunca ocurrió. Seguramente el susto lo habría dejado petrificado. En aquellos años nunca había visto un ataque epiléptico porque aún no existía ni la tele ni el internet. Hubiese creído que era una posesión diabólica. Al menos eso había leído en algún tebeo. Pero durante aquellos veranos el diablo estuvo ausente del patio porque rondaba los bares de mujeres malas, como decía su madre, que proliferaban en la calle.

JOSÉ LUIS RUBIO 

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