El crucero estelar “Bet-Xhar”, de la confederación planetaria Máxima Neus´ckus llevaba más de catorce ciclos estándar recorriendo el espacio. Sus cuatro ocupantes, todos ellos especímenes jóvenes y fuertes de tres razas diferentes, habían entablado una fuerte amistad durante ese tiempo, que se había fortalecido después de haber superado, entre todos, algunos momentos delicados que habían puesto en peligro la integridad de la nave e, incluso, sus propias vidas.
Shi-k, la tripulante más joven, avanzó por el pasillo central rumbo a la cúpula de control. Sabía que su compañero Flkt estaba en esos momentos al mando, junto a los aparatos de medición que se encontraban al máximo de su cometido desde hacía tiempo, escrutando y analizando el último planeta que habían descubierto en su viaje de exploración.
La conexión mental fue rápida, ya que estaban habituados a sus respectivos patrones cerebrales, y no tenían que hacer el esfuerzo previo de tanteo y coordinación que se requería en los primeros contactos para evitar percances o golpes psí demasiado fuertes o peligrosos.
Flkt informó rápidamente a su compañera de la situación: el planeta contenía un tipo primitivo de vida, nada interesante pero sí digna de ser tomada en consideración en el cuaderno de bitácora de la “Bet-Xhar”. Ella asintió con uno de sus tentáculos e intentó que pasase desapercibido el rubor rosáceo que mostraban dos de sus siete ojos, síntoma entre los de su raza de atracción sexual. No en balde Flkt era el otro simunes de la nave, y el único con el que podía congeniar sexualmente, dadas las características hermafroditas –y, por tanto, autosuficientes- de sus otros dos compañeros-as de aventura.
Él no pareció notarlo o, si se dio cuenta, lo disimuló haciendo girar dos de sus tentáculos para mover una determinada rueda y llevar la nave mucho más cerca de la superficie del planeta azul y cubierto de nubes que tenían debajo.
No, no era nada peligrosa aquella aproximación. De hecho podían pasar por encima de las primitivas urbes de ese mundo sin ser detectados: tan sofisticado era su sistema de camuflaje. Shi-k emitió dos zumbidos cortos y uno largo, señal de que se sentía complacida con el desarrollo de la aventura. Se despidió, y se dio la vuelta para alejarse por el pasillo central.
Flkt oyó su grito. No en su mente sino por la resonancia que provocó en la casi solitaria nave. Con una velocidad impropia de su volumen y sin que sus ocho tentáculos fueran obstáculo en su carrera, se deslizó hasta que llegó al lado de su compañera.
En el suelo, arrastrando su cuerpo grisáceo y duro, uno de los insectos de su planeta de origen parecía estar retándolos a ellos y a su tecnología.
No debiera estar aquí. Los controles de desinfección habían fallado. Alguno de ellos tuvo que poner sus huevos antes de la partida y ahora había eclosionado, quizá por la relativa cercanía de la estrella de este sistema solar.
Los alarmantes pensamientos que se arremolinaban en las mentes de los dos tripulantes no impidieron su rápida reacción.
Flkt cogió el insecto con uno de sus tentáculos, aunque no pudo evitar su repulsión y emitió un zumbido corto y repetitivo. Depositó al indeseado polizón en el contenedor de basura. Después, sin un momento de descanso, pulsó un botón y lo arrojó al vacío estelar. Los dos científicos se miraron complacidos y tranquilos.
El resto de la jornada los tripulantes del crucero estelar la dedicaron a labores de desinfección, y el insecto lanzado al espacio pasó al recuerdo y se perdió en él, como la propia nave, que dejó atrás el planeta azul y se hundió en la inmensidad del cosmos, en su persistente búsqueda de información y conocimiento.
El insecto, perdido en la órbita planetaria, comenzó a ser atraído por la gravedad del planeta, y empezó a caer, cada vez con más rapidez. Cuando llegó a la atmósfera superior protegió con rapidez su cuerpo, segregando una sustancia que se solidificó a su alrededor e impidió que se abrasase en la entrada. Luego, convertido en un aerolito viviente e incandescente, impactó contra las aguas salobres cercanas a un archipiélago y se hundió en sus profundidades, sin que nadie fuese testigo de ello.
Solo después de un par de ciclos la criatura venida del espacio rompió el cascarón que había creado para protegerse y salió de él, incólume. Luego, respirando sin dificultad en el agua que la protegía y la rodeaba, comenzó a nadar hacia la superficie, hambrienta y buscando alimento.
Nadie en el Japón podía explicarse de dónde procedía aquella extraña bestia que brotó del fondo del mar y arrasaba una tras otra sus ciudades. Ningún científico en el resto del planeta pudo determinar su origen, ni a qué familia de animales pertenecía, o si era algún espécimen desconocido de bestias primigenias que poblaron el planeta y que, víctima de algún seísmo submarino, había sido arrojado fuera de su hábitat y estaba visiblemente enfurecido. No se encontraron medios para destruirlo. Lo único cierto es que era enorme como una gran ciudad, y tan indestructible que ni la más poderosa arma atómica –que le habían arrojado cuando se encontraba en un paraje desierto- le causaba mella.
El caos y la incertidumbre se extendieron desde el archipiélago japonés hasta el resto del mundo. Y fueron aún mayores el desconcierto y la alarma cuando los científicos dijeron alarmados que aquel ser era hermafrodita. Pronto, sobre todo el planeta Tierra, decenas de miles de huevos, colgados en arrecifes y altas montañas, posados en páramos y ruinas de ciudades, esperaban su pronta eclosión para inaugurar una nueva era de dominio de aquellos animales de piel dura y gris, cuyo único objeto en su existencia era calmar su apetito insaciable.
Francisco José Segovia Ramos -Granada-
Publicado en periodicoirreverentes
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