viernes, 15 de septiembre de 2017

BAJO LA ESFINGE


            El equipo de arqueólogos trabajó largo y duro durante varios meses, hasta dejar al descubierto una puerta de bronce situada bajo la esfinge de Guiza.
            Habían tenido conocimiento de su existencia gracias a los estudios del egiptólogo Marcos Soria, que señalaba, además, que dicha puerta daba paso a lo que los antiguos llamaban el inframundo.
            Descerraron las cadenas que protegían la puerta, y penetraron a continuación en sus entrañas. Atravesaron un largo pasillo, que discurría justo bajo la esfinge, y después descendieron unos retorcidos escalones. Las cámaras de vídeo iban grabando todo lo que los focos electrógenos iluminaban.
            Descendieron, más y más, hasta que el aire comenzó a enrarecerse y los pasillos se convirtieron en amplios corredores de paredes esculpidas con horrorosas figuras. Sin embargo, lejos de arredrarse, el equipo siguió avanzando.
            Cuando descubrieron una gran nave circular, repleta de estatuas de imposibles formas,  supieron que habían llegado al inframundo que buscaban.
            No era una leyenda, ni meras fantasías de mentes alucinadas. Y la puerta de bronce, finalmente, no era una entrada, sino una salida… que los antiguos habían sellado con cadenas mágicas para evitar que un dios primigenio, de nombre impronunciable, volviese a reinar sobre la Tierra.
            Pero eso solo lo adivinaron mientras abría sus vientres y extraía sus entrañas un monstruo, mitad hombre, mitad reptil, que esgrimía su curvilíneo cuchillo al tiempo que oraba en un idioma desconocido, casi inhumano, a ese dios vengativo que comenzaba a vislumbrarse entre las ominosas sombras del santuario.

FRANCISCO JOSÉ SEGOVIA RAMOS -Granada-

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