domingo, 2 de abril de 2017
PATERAS
Miré al Cielo e intenté rezar
mas un susurro viejo
dejó el corazón seco.
Cerré los párpados.
Los globos oculares latían
con giros elípticos
en espacios siderales.
Ojos cansados,
terriblemente pesados.
Miré hacia el mar putrefacto
y al instante retiré la vista.
La Luna inquieta caminaba
con una estrella o dos al lado.
La bahía del puerto estaba cerca.
De clara como el cristal,
ahora llena de oscuras sombras.
La marea devolvía cuerpos a la orilla.
El mástil del barco se perdía
bajo una marejada que rompía
en los acantilados de la costa.
¡Ay, Señor de los mares y cielos!
¡Cuánto dolor ahí tendido!
¡Remeros de color con sus mujeres y niños!
Y blanca estaba la bahía
bajo la luz silenciosa de un éter
que ascendía.
Se arrodillaba el alba,
el mediodía,
la tarde y la noche...
y nadie respondía.
Pequeñas pateras
que el mar regalaba
con la humedad de tablas retorcidas,
velas raídas a nuestras playas.
Jamás vi nada parecido,
esqueletos de hojas rezagadas
a lo largo de la franja de arena.
Y bajo las aguas atronaba,
cada vez con mayor fuerza,
el crujido de la lancha
que como plomo se hundía.
Remolino que hacía eco
y atroces gritos.
Desde entonces en hora incierta,
una angustia me atenaza,
hace corra por la playa
y ore por los muertos.
Ana Maria Lorenzo
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