viernes, 3 de marzo de 2017
SE FUE MI PADRE
El mejor de todos,
porque era el mío.
El más guapo y
hermoso hombre.
Se fue mi padre.
Flaco de estampa y
de un corazón gordo.
Sí, él era mi padre.
Hombre de boca cauta;
de ademanes callados,
de maneras sencillas y
de una insípida ternura,
pero así, él era mi padre.
El mejor de todos,
porque era el mío.
Y de mucho, estoy
seguro; porque cuando
de él les digo, cuando
de él les hablo, es casi,
como si él estuviera acá,
conmigo, que él era
un hombre probo y
un caballero único.
Sin religiosidad alguna,
él solo tenía en sus manos,
un poco de buena educación;
de ésa que forma el corazón,
de la que hace falta tanto,
para curar un poco el mal
que aqueja a un mundo falto
de padres que eduquen en
el amor a los hijos y en el
querer a los seres extraños y
a los que no tienen cobijo.
Se fue mi padre.
El mejor de todos,
porque era el mío.
De garbo fino, de
sonrisa dulce y de
un extremoso querer al otro.
Se fue mi padre.
Un hombre de los que hay pocos.
Casi todos se han ido.
Me quiso
hasta donde pudo.
Me quiso
como mejor pudo.
Me quiso
solo como un padre
puede querer a un hijo.
En su bolsa, siempre,
andaba con uno o dos pesos,
porque el tercero lo había dado
a alguno más desgraciado.
Se fue mi padre.
Con los zapatos bien lustrados y
con un pañuelo en la bolsa de
un pantalón bastante simple.
Se fue mi padre.
El mejor de todos,
porque era el mío.
Se fue mi padre.
Y ahora no lo será de nadie,
pues yace en lugar alguno,
en donde no estoy,
en donde no está su hijo.
GILDARDO CARRIÓN
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