La mano, puesta sobre la rodilla
derecha, le temblaba.
Blanca como la nieve,
yacía fría de lo nerviosa que estaba.
Los dientes, dentro de la boca
no le paraban de castañear.
Blancos como la leche,
yacían cobijados debajo de sus labios
rojos como la sangre.
Señales claras de que los niños quieren jugar.
Y así fue… todo quedó en un instante.
Una junto al otro, un par de posibles enamorados.
La mano tiembla, los dientes chasquean y
ella quedó a la espera… y el beso que nunca llega,
sola quedó, en un apretón de la mano fría.
Tan solo fue sentarse juntos.
GILDARDO CARRIÓN
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