a César
El muchacho vino, se sentó, quizás me haya visto, adentro, tan sólo un poco, donde uno es capaz de morderse el labio en lo invisible y quedarse quieta, como si la ternura no fuera un terremoto y él no portara el abecedario de las lanzas consigo. Poco tiempo se tiene para nombrar lo dulce, pero hicimos correr nuestros ojos para nombrarnos a mitad de la noche. No olvido al muchacho, sigue en mis ojos, voy lento. Recuerdo su signo, su ascendente, la lenta caminata, cruzar la avenida.
Lo suficiente.
Del libro Con Truman y sin ti de
Gabriela Rosas -Venezuela-
Publicado en La Náusea
No hay comentarios:
Publicar un comentario