lunes, 2 de enero de 2017
Y EL SUEÑO SE HIZO VOZ
Hacía noche.
Me columpiaba en una barca albina pendiente de un cordón
que cruzaba de extremo a extremo el valle.
Miraba hacia sus lindes. No tenía,
pinos, fresnos y robledales con su color verano.
El agua contenida.
El agua que pasaba sonriendo y la que no se iba pues se quedaba presa en su
estremecimiento;
miraba despaciosa y repentina: ¡El valle!, era mi valle y me encontraba allí
como recién nacido
y no sentía miedo del alambre en la altura, ese miedo, ya sabéis ese miedo
que solo sientes cuando te hacen mayor.
El silencio crecía y se hacía personal
llegando a comprender la hermandad de la tierra.
Llegué a redescubrir que lo real, no es lo que vivimos,
lo soñamos tal vez
y que pensar en nada nos deja en suspensión, como un pájaro al que le
abriesen la celda de repente, no sabe a dónde caminar,
dos mundos frente a frente y a uno se le quiere por dentro
porque primeramente y ante todo, nos ha tenido presos y verticales.
Y fuera, no encontramos el espacio ni el tiempo, no sabemos volar ni adónde
nuestras manos.
Y a todo esto, seguía siendo noche.
Y yo veía colores y altura como si por primera vez…
Y era sola y desnuda y no sentía frío, ¿os acordáis?, ni miedo.
Ya sé, ya sé que ya lo he dicho pero hoy no me importa repetirme,
quiero dar testimonio de que un sueño puede dar lucidez a las
palabras
aun cuando estén enfermas o dormidas
porque eso nos enciende las mejillas y nos hace sentir, originándonos.
No penséis que esto es fácil. Hoy me encanta jugar con las palabras
como si éstas fueran una comba, yo sujetara un cabo y vosotros allá, en el
otro extremo. Las ideas, saltando, vienen de lado a lado.
Isabel Díez Serrano -España-
Publicado en la revista Oriflama 29
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