lunes, 30 de enero de 2017
LA CONCUBINA
Todo el mundo hablaba de Osaki, mi amo, de sus famosas estampas ilustradas con geishas y gatos en
las ventanas, de la incipiente ceguera que lo redujo a pintar nada más que gatos porque como él mismo decía, conocía sus formas de memoria. De su desquiciada concubina, la bella geisha Kuro quien puertas adentro se le quejaba sin cesar --: Aun soy bella, Osaki, no me pintas ni me amas‒.
Opino que fue la indiferencia del amo lo que empujó a Kuro a descargar su amargura en quien más detestaba: un servidor. Por tanto, cambió mi situación cuando la criada me echó de la casa a escobazos y, cerrando puertas y ventanas, impidió mi acceso al estudio del amo. Desaparecieron las
míseras sardinas y los restos de comida. Desterrado, salí a cazar. Un día, merodeaba yo por el jardín cuando la mismísima Kuro me atrapó, estranguló y enfardando mi cuerpo en un tatami lo colgó de un
árbol, próximo a la calle. Los vecinos, extrañados notaron que del bulto sobresalían cuatro patas y un par de orejas. Los niños le arrojaban piedras.
En brazos del Misericordioso yo no sufría pero oía la voz del amo, llamándome. ¡Qué le habría dicho esa arpía para justificar mi ausencia! ¿Que yo era un gato callejero? En su infinita bondad, el Buda me agració con un estado incorpóreo. Entré al estudio y hallé al amo postrado y aturdido.
¡Osaki, a trabajar que nos hace falta dinero!, gritaba Kuro. Mientras afuera, el fardo seguía colgado del árbol. ¡Uf!, qué asco, rezongaba la criada al verlo cubierto de moscas. Tan pronto lo bajaron, me manifesté en carne y hueso. Aterrorizada, Kuro echó a correr y yo tras ella. La mujer tropezó, perdió sus chanclos y en la bruma alrededor tomó por un pasaje desconocido y, con tal mala suerte que fue a dar en las aguas inmundas del canal Shimbashi. El cadáver apareció días después. Esa noche, junto al brasero el viejo Osaki dijo ‒: Neko, no te vayas; te prometo que el viaje definitivo lo haremos juntos, tú y yo‒. Como dicen, al buen tiempo, nueva cara. Me acomodé en su regazo y el amo, finalmente en paz se durmió al son de mi suave ronronear.
Violeta Balián (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 154
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