domingo, 29 de enero de 2017
CARTA A MARSELLA
...pero basta del ingrato. ¿Sabes a quién vi este jueves en el parque Montsouris? El Aduanero Rousseau, que año tras año aspira al Salón y a duras penas expone en Los Independientes, llevaba de la mano a la pequeña del Cónsul de Bonafide. A la distancia parecía una niña, aunque pronto se ven patitas peludas bajo la falda de organdí y orejillas puntiagudas bajo el bonete. ¡Es unamor! Apenas habla, lo cual es una virtud. Me dicen que los bonafidenses comienzan a hablar tarde, a los 6 o 7
años; una gloria vivir en ese país.
Estaban tras el Guiñol, me acerqué, y en cuanto el Aduanero me hizo una galantería entablé conversación. Lee despacio: el señor Cónsul ha contratado al pintor porque su hija es la única gata capaz de ver el mundo como nosotros las personas, en color, y el padre desea una carrera artística
para Tigrine, nombre precioso. Justo en aquel momento el Aduanero le enseñaba las cometas que otros niños volaban, y cómo las sombras de estas sobre la hierba verde tienen un tinte de rojo. Por desgracia, charlar distrajo su atención, y la pequeña Tigrine echó a correr en persecución de las
sombras de las cometas. Mal fin para su vestido. El pobre Rousseau estaba muy contrariado, y no pude sino consolarlo recordándole que los gatos siempre serán gatos.
Juan Pablo Noroña (Cuba /EE.UU.)
Publicado en la revista digital Minatura 154
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